jueves, 11 de octubre de 2012

Cerro Jaboncillo, testigo de una ciudad prehispánica

El guardián de Jaboncillo

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En este cerro manabita y otros aledaños existió una ciudad prehispánica tan grande que los arqueólogos dicen que Machu Picchu palidecería a su lado. Miguel Ángel Rodríguez Tejena ha dedicado su vida a proteger este patrimonio.

Por Marcela Noriega
Fotos: Ricardo Bohórquez y Rodolfo Párraga

En la mente de los niños del campo habitan duendes y hadas. Pero en la cabeza de Miguel Ángel Rodríguez Tejena había más que eso. A los ocho años la idea de una ciudad perdida, sepultada en el cerro Jaboncillo, empezó a crecer como una ola enorme que arrasó con todo. La imaginaba como una ciudad de poderosos caciques, shamanes que tenían línea directa con los dioses, monumentos, pirámides, casas en piedra, jardines, cascadas que brotaban de la roca, hermosas mujeres con pechos descubiertos, fuertes guerreros, sabios ancianos y niños, muchos niños soñadores. Miguel no estaba tan equivocado.
 
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Estas piezas pertenecen a la cultura manteña, que se asentó en Manabí entre los años 880 a 990 después de Cristo y continuó hasta la llegada de los españoles en los años posteriores a 1530.

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Miles de piezas como éstas han sido encontradas en excavaciones recientes en el cerro De Hoja-Jaboncillo. Solo Miguel Ángel Rodríguez Tejena tiene 600 en su casa. Piensa donarlas a un museo cuando se construya.

El año pasado, después de cinco años de tocar puertas, Miguel y Alberto consiguieron lo que creían imposible: que el presidente de la República visitara Jaboncillo, lo declarara Patrimonio Cultural y asignara cuatro millones de dólares para estudios arqueológicos en la zona.
Cuando Correa fue a Jaboncillo, Miguel dijo una oración para “sus abuelos” y lo bautizó con agua del pozo.
—Yo estaba contento, pero no sé si a él le haya gustado el agua.
El guardián del cerro se define ahora como “un trabajador más”. Hace de guía y ayudante de arqueólogo. Miguel tiene en su casa alrededor de 600 piezas prehispánicas. Las ha preservado con la idea de ponerlas en un museo.
***
Desde Picoazá al cerro Jaboncillo hay cuatro kilómetros. Los recorremos en una camioneta vieja que se bambolea con cada piedra que pisa. El camino por el que vamos antes no existía. Fue hecho por Miguel y ocho amigos a punta de pico y pala.
—Nos sangraban las manos, pero lo hicimos para que pudieran entrar los carros de los arqueólogos, para que ellos pudieran ver lo que hay en el cerro.

En junio de 2009 el Gobierno declaró Patrimonio Cultural al conjunto de cerros Jaboncillo, Bravo, La Negrita, de Hojas y Guayabal por albergar una serie de construcciones monumentales como terrazas de cultivo, corrales, muros, silos o graneros, escalinatas, pozos, entre otros, y por poseer una variada riqueza ecológica.

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