domingo, 9 de marzo de 2014

300 toneladas diarias sobre hombros femeninos

En el norte de Marruecos, en el límite fronterizo con el enclave español (las ciudades Ceuta y Melilla) cada vez son más las mujeres (ancianas, viudas, divorciadas, abandonadas y madres solteras) que se dedican a ser ‘mulas’. Cada mañana esperan apiladas hasta que las autoridades marroquíes y españolas abran el paso, cruzar -a prisa- al lado español, recoger la carga y regresar a su país, mientras más viajes hagan más dinero ganan, pero nunca más de 15 euros al día. Ellas son víctimas de explotación laboral por parte de comerciantes que en caso de transportar su mercancía en camiones pagarían impuestos en la frontera.

Varias mujeres ancianas esperan a que abra la valla fronteriza sentadas sobre pesados fardos de mercancía. En cuanto se abra cargarán sobre sus espaldas hasta 80 kgs. Foto: Fernando Molina Cortés/ Especial para EL TELÉGRAFO
Un hombre adhiere al abdomen de una mujer porteadora varias prendas de ropa y mantas. Después de forrar también sus brazos y piernas con más mercancías, cubrirá su cuerpo con una chilaba (túnica holgada). Foto: Fernando Molina Cortés/ Especial para EL TELÉGRAFO
El comercio irregular  permite a los comerciantes de la zona no  pagar aranceles, ya que es legal pasar mercancías siempre que se lleven encima como equipaje personal. Foto: Fernando Molina Cortés/ Especial para EL TELÉGRAFO
Shaima, una de las mujeres porteadoras que trabajan en el paso fronterizo del barrio chino, cerca de Beni-Enzar - Melilla, en la frontera entre España y Marruecos. Foto: Fernando Molina Cortés/ Especial para EL TELÉGRAFO
Shaima, una de las mujeres porteadoras que trabajan en el paso fronterizo del barrio chino, cerca de Beni-Enzar - Melilla, en la frontera entre España y Marruecos. Foto: Fernando Molina Cortés/ Especial para EL TELÉGRAFO
Fernando Molina Cortés
Si Safia Azizi no hubiera estado a las 07:20 en la cola de los angostos tornos azules de la frontera de Melilla con Marruecos, quizá no hubiera ocurrido. Pero allí estaba. Y es habitualmente a esa hora cuando la Policía marroquí abre la barrera a los cientos de mujeres, la mayoría   ancianas, que diariamente van en busca de mercancías al enclave español del norte de África. “¡Parece que entran en el matadero!”, clamaría al día siguiente el hermano de Safia, tras ver los estrechos tornos azules.
Si esa mañana ella no hubiera estado allí quizá hoy podría haber cruzado de nuevo, y corrido hasta los almacenes del polígono, y cargado sobre sus espaldas hasta 80 kg de mercancía, y rápido de vuelta a la frontera. Y podría haber entregado la carga en territorio marroquí al comerciante que las contrata, y de nuevo corriendo a hacer fila para cruzar los tornos azules. Pero no ha podido hacerlo hoy, porque allí estuvo aquella mañana a las 07:20. Preparada para un duro día de trabajo, con su chilaba como única protección contra el afilado frío del amanecer y con su hiyab (pañuelo islámico) bien ajustado. “Nunca se le veía un solo pelo”, recalcaría después entre lágrimas su amiga Dunia.
Si Safia no se hubiera caído empujada por la avalancha, ese día habría ganado 15 euros después de hacer 3 viajes de un lado a otro de la frontera. Ella muy bien sabía que cuantos más viajes hiciera más dinero podría ganar. Pero no pudo evitar caerse. Las prisas y el caos que se generan en el lado marroquí de la frontera fueron caldo de cultivo para que una fuerza incontrolada, una avalancha de mujeres desesperadas, la arrollara

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