martes, 31 de diciembre de 2013

Años viejos, tradición que se niega a morir

Para la confección de las figuras ya no se puede utilizar aserrín. Además, no se los puede quemar sobre el asfalto, ya que el calor produce graves daños.

Hay “mInigotes” de cuatro autoridades del país, entre ellas el presidente de la República, Rafael Correa, y el alcalde de Quito.

Foto
Emerson Rubio, Quito
Para los jóvenes de hasta la década de los noventa, el 31 empezaba desde muy temprano. Ellos salían a las calles para reunirse con sus amigos.
En grupos de hasta cinco personas se adentraban en los bosques de la capital y arrancaban las ramas de los árboles de eucalipto. Eso les servía para armar las casetas del año viejo.
Pasado el mediodía, el ambiente se teñía de alegría y emoción. Grandes y pequeños se unían para la confección del monigote. Ropa de todo tipo era rellenada con aserrín.
Algunos se sentaban en las veredas con aguja e hilo para sellar los agujeros de las prendas.
La música acompañaba a los muchachos mientras construían el lugar donde estaría el “viejo” hasta la medianoche.
Los padres de familia se volvían cómplices de esta fiesta. Sacaban a las aceras el equipo de sonido y los parlantes para la diversión del barrio.
Las tradicionales canciones de fin de año se escuchaban en toda la manzana.
Entre tanto, el mismo grupo era el encargado de escoger a la viuda. Generalmente esta era el amigo que menos colaboró en la elaboración de la caseta.
Él inmediatamente corría a los cajones de su mamá, hermana o prima y sacaba de allí una falda, una blusa y medias nylon de color negro.
Con ayuda de las mujeres del clan se maquillaban y hasta las piernas se rasuraban.
Las pelucas no eran muy populares en esa época, pero las mejores viudas si las llevaban puestas.
Todos pendientes de la hora no paraban de ver el reloj, pues sabían que a las 12:00 el primer abrazo lo debía recibir la familia.
En la hora “cero” encendían con gasolina el monigote. Entre risas y llanto se daban los buenos deseos, saltaban el “viejo”, lo pateaban y luego de recibir el año empezaba la parranda.
Ricardo comentó que en su barrio (Carapungo) lo hacían como una verdadera tradición.
“El entusiasmo iniciaba desde tempranito, mis amigos y yo nos encargábamos de organizar los festejos afuera de la casa”, comentó.
El muchacho comentó que ya no es tan común esa práctica. Ahora existen prohibiciones que cooperan con el medio ambiente, pero que fueron declinando con la costumbre tal y como se conocía inicialmente.

Ahora en la avenida América, en el norte de la capital, están instalados varios puestos comerciales en donde se venden monigotes, pelucas y disfraces.

Fuente:ElExtra

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